Los caminitos del pueblo se empiezan a llenar de visitantes, vecinos que se fueron y ahora regresan. Todos van hacia un mismo lugar: el mojón del diablo que es el lugar del desentierro del carnaval. Cada amigo se pone su sombrero carnavalero, su bolsa con talco mezclado con papel picado. Con alegría desbordante para vivir la primera de las nueve noches del carnaval quebradeño. Los disfrazados hicieron sus trajes tan coloridos y brillantes por casi tres meses, haciendo costuras y cosiendo cada mostacilla, cascabel hasta espejos. Los lugareños preparan el salón para el baile, lo decoran con panfletos, guirnaldas, serpentinas, la bebida típica la chicha de maíz y de maní, la saratoga que es una mezcla de vino y limón endulzada con azúcar, comidas tradicionales para convidar y varios recordatorios de la fiesta carnestolenda. El jolgorio se acerca y el baile no se hace esperar. La gente comparte sus vivencias esperando el desentierro que en unos minutos dará inicio. Siempre pensando que se divertirán a lo grande, a más no poder.
La ceremonia inicia para dar la bienvenida al diablillo cantando coplas. Los padrinos bailan alrededor del mojón, cada participante echa bebida chayando el montón de piedras simbolizando la Pachamama y al diablo de la época. Agradeciendo y pidiendo por otro año de diversión. La banda acompaña con su música y el cuerpo se guía con el sonido bailable. Todos al compás de la música bailan y beben en la tarde. Juegan con talco, papel picado y la serpentina que colorea los cuellos de los bailarines. Sus cabezas talqueadas más el papel picado y la serpentina los hacen irreconocibles y fácil de confundirse unos con otros. Así se hace la noche, bailan y bailan y no dejan de bailar. ¡Dicen que se desata el diablo en carnaval!
Dentro del salón dos grupos de amigos vibran sus cuerpos con la música del bandoneón. Bailando en parejas, los cuerpos se rozan en cada nota musical. Ella baila con su cuerpo tan sensual y él baila con su mirada fija sobre ella. Los amigos bailan con distintas jovencitas al igual que él, pero su mirada no puede desviarse para otro lado. Siente unas ganas tremendas de bailar con ella, sin embargo se detiene, no puede hablar y no puede dejar de bailar. Miradas vienen y van, sin ninguna palabra. Se hizo a las y cuarto para las doce de la noche, ella salió raudamente hacia la puerta de salida. Sus ganas pudieron más que su confusión y salió detrás de ella, fue demasiado tarde. La joven morena desapareció entre los pastizales y la oscuridad. Siguió el baile hasta el amanecer, él paseo por todo el salón buscándola, pero ella no volvió, al baile no regresó. El grupo de amigos se dirigió a la casa de una familia para descansar y continuar el día.
Esa mañana durmieron hasta tarde. Las tripas empezaron a rugir y era necesario comer. Uno de ellos se despertó y fue a la despensa del pueblo a comprar lo necesario para hacer un cabrito a las brasas. Ya con el sol en lo alto, se empezó a sentir el olorcito de carne asada y lista para comer. Los cinco amigos se dispusieron a saciar su voraz hambre fruto del desenfreno carnestolendo.
Como es costumbre, la comparsa tenía una invitación después del almuerzo. Estos amigos demoraron en alcanzarla. Caminaron un buen trecho y casi en una hora lograron encontrarse con la comparsa que desde lejos escuchaban. Las bombas de estruendo señalaban la llegada y salida de cada invitación, también la música de la banda delataba el lugar del disfrute. Se dispusieron a bailar y a tomar saratoga que invitaba la familia, como es costumbre. Pasearon por los alrededores y él empezó a buscar a la muchacha, si hoy tenía suerte la encontraría entre aquella multitud bailantera. Ninguna mirada se parecía a la suya, ninguna figura la delataba, nadie era ella y todas eran ella. Así pasó toda la tarde buscándola.
Junto con la comparsa se trasladaron a otra invitación, pero la búsqueda que seguía fue en vano. Ya al oscurecer el bullicio seguía y bailando se dirigían al salón. Se empezó a llenar de gente y el baile continuaba al ritmo de un grupo musical, él no perdía su esperanza de volver a cruzar con su mirada. Ya no sabía lo que sentía, si era amor, si era gusto, si era alucinación. Pero seguía dando vueltas a la pista y ahí estaba. Ella bailaba divertida, sus cabellos con movimiento, su sonrisa encantadora. Él la buscaba con su mirada, pero ella ni cuenta se había dado. Ella disfrutaba del baile. De pronto un impulso le tocó el alma y cuando menos se dio cuenta ya estaba frente a ella para saludarla, presentarse e invitarla a danzar junto a él. Pasó todo muy rápido que al tenerla frente a él, la tomó de la mano y bailó. Bailaron toda la noche, parecía tan breve la noche que a ellos les faltaba tiempo para seguir el ritmo de la música. Sus miradas danzaban en la noche. Sus cuerpos se deseaban a más no poder. Sus almas se entrelazaban sin pedir nada a cambio. Cerca de las doce de la noche, ella le pidió irse y él decidió acompañarla. Salieron de la mano por la puerta grande, caminaron en un silencio rotundo, él con ganas de hablar y ella con ganas de contestar.
¡Zas! ¡Tromb, tromb! Los relámpagos iluminaron sus rostros, se miraron y la atracción de sus labios fue mayor que el miedo a la noche relampagueante. Sus labios se rozaron suavemente con ternura como preservando desde ya el momento que da inicio a la historia de un gran amor. Las gotas de la lluvia lentamente mojaron sus rostros y el suave beso quedó eternizado entre los relámpagos, la oscuridad y la lluvia. Él se sacó su campera y la abrigó dándole calor. Ambos corrieron de la mano a refugiarse debajo del churqui mayor que estaba cerca del salón. Pasó la lluvia fuerte, llegó la llovizna y empezaron a caminar, parecía que el sentimiento iba a estallar. Ella le propuso que regresara al salón, que su casa estaba lejos. Aún se escuchaba el baile y se veían las luces coloridas. Él escuchó sus dulces palabras y decidió volver con sus amigos. No sin antes prometerse que mañana se volverían a ver.
La noche se puso fría y así regresó desabrigado. El jolgorio de la noche siguió su ritmo, bebidas y juegos con talco. A la mañana siguiente se levantaron con resaca, pero la alegría carnavelera era mucho más que ese malestar del cuerpo. Esa tarde sus amigos recibieron una invitación de un pueblo cercano y entusiasmados viajaron hacia ese lugar. Dijeron que regresarían al atardecer, pero la tarde se hizo amena en compañía de las jovencitas del lugar.
El joven enamorado quería regresar, pero todos se oponían argumentando que la fiesta estaba buena y que no molestara más. En sus pensamientos recordaba la promesa de volver a verse esa noche. Las palabras de compromiso lo tenían muy preocupado. La locura por el juramento hizo que la turbación dominara su ser. No dudo dos veces, se enojó con sus amigos y salió atropelladamente para encontrar movilidad que lo trasladase hasta donde lo esperaba su amada. Preguntó si alguien salía, pero respondieron negativamente a su pedido. Decidido a cumplir con su promesa que llenaba sus ojos de brillo, preguntó para donde quedaba el pueblito vecino. Una señora le indicó cual era la dirección, aconsejándole que fuera acompañado, a lo que él no hizo caso saliéndose con su gusto. Tenía que llegar al baile a cumplir su promesa. Volver a verla era lo que quería.
Caminó desesperado por un sendero entre churquis y cactus, acompañado con el resplandor de la luna. Poco a poco, iban alcanzándole las nubes e iban tapando la claridad de la noche. El avance de su ebriedad lo iba cegando, enloqueciendo y desesperando. Ya no lograba distinguir su camino de regreso. A lo lejos empezó a escuchar el son de la música y su corazón se alegró. Siguió caminando y logró verla inmóvil y sola. Él corrió a su encuentro y se cayó de rodillas, pero ella no se movió. Volvió a levantarse pensando que casi su promesa no cumpliría. Se acercó a ella y la abrazó. Ese abrazo se hizo infinito, para nunca más dejar ir a ese amor que lo enloquecía en esas noches de carnaval.
A la mañana siguiente el comunero del lugar dio aviso a la policía de que un joven murió abrazado a un cardón. Según los comentarios de los lugareños, nadie pudo determinar la causa de su deceso. Sus amigos regresaron a la ciudad con sus restos para dar aviso a sus padres, realizar el velorio y darle la cristiana sepultura. Los amigos no lograron enterrar el carnaval, pero enterraron a uno de sus amigos en plena fiesta de satanás, mientras que la joven enamorada desapareció y nadie la volvió a ver.
3° Premio del Certamen de Verano 2019 en “Cuento o Relato Largo”
