Sabía que aquel juicio crearía un movimiento pendular entre los querellados. Factores ajenos a los abogados generaron un estado de indefensión, de los inculpados del monumental desfalco que era realidad en anarquía jurídica, como todos los procesos de aquel lugar, desde que habían llegado las nuevas autoridades. Mensajes subliminales de todo tipo, presiones sobre cosas propias y ajenas o familiares, hacían casi imposible la oposición coherente a la autoridad constituida. Actuaban como un organismo mafioso del sur de Italia y no le temían a nada ni a nadie. Marchas y contramarchas reprodujeron las víctimas y sus parientes, solo logrando presiones físicas, cartas documento amenazadoras con respecto a personas queridas o sus elementos más preciados.
El negocio se vigilaba en masa, varios de los lugartenientes controlaban venta y producción de estupefacientes en zonas del Gran La Plata. Muchos de ellos habían sucumbido por lluvia de balas de sicarios. Aquellos que desoían la consigna, eran avasallados por un pesado bloc de sucesos, y los que se oponían o contaban algo a la justicia, eran sentenciados y presionados, así como sus familias, amigos o apretados en sus fibras más íntimas, vejámenes o aún golpeados o muertos.
Esta estructura mafiosa conseguida a sangre y balas por drogas o dinero proveniente de la misma, fue creciendo en volumen y se usó para asolar aquella zona de cuerpo y alma.
Jonás el diarero, había entregado el periódico por más de treinta años en la mejor casa de aquel barrio cerrado, pero el abono de los últimos cinco años, fue pagado tan intermitentemente que el humilde canillita no soporto más la presión económica. Por largos meses no cobraba y no se retiraban los diarios del frente de la mansión, como si los ocupantes pasaran largos periodos fuera de la misma, o nadie los leyese, pese a su insistencia en abandonar la entrega hacia los habitantes de la casona, sin respuesta. A pesar de todo siguió entregando el periódico, por miedo que los vecinos interpretaran mal dicha acción.
Pero Jonás se propuso cobrarle, y le inició una querella, donde comenzaron las cartas documento de comienzo, y alguna de regreso. Cuando su abogado decide cerrar los mensajes epistolares, el canillita comenzó a frecuentar el Juzgado Nº 3.
Se había propuesto cobrar lo suyo, su trabajo, su sacrificio de años. Pero claro, para la opresión y opulencia mafiosa, ¿cómo un inocente trabajador, osaba querer cobrar su deuda?
Primero con fotos trucadas lo extorsionaron ante su mujer y sus hijos, cuando ello no fue suficiente, lo llamaban por teléfono y le informaban cada instante donde se hallaba su familia para presionarlo psicológicamente, hasta que le dejaron una esquela en el jardín de su casa donde se citaba el número de juicio, y junto una imagen en lápiz de un féretro, que decía dentro ¡PARA VOS CAJÓN BAULITO! Sin duda refiriéndose a la obesidad manifiesta del canillita.
Sus denuncias de presiones, al juzgado, caían en saco roto, por falta de firma o letra ilegible, sin pedir pericia caligráfica, en ningún momento, hasta ni ser adjuntadas como pruebas, por haberse encontrado en el piso de su jardín. La realidad es que no sé debía investigar, la mafia no perdonaba.
Solo la persistencia, la obstinación y la obsesión hizo que el querellante llevará el juicio a larga instancia y pese a estar comprado el juez, era tan evidente la demanda con los tickets impagos, fotos de los periódicos entregados e innumerables testigos, que, ante la solicitud de cambio de juzgado a una gran ciudad, donde no sería compatible la tramoya o llevarlo a la corte donde nadie los conociera, el propio juez de primera instancia aconsejo pagar el total, más costas e intereses.
Habían pasado diez años desde la última entrega de un diario en la mansión, cuando Jonás cobró la primera de las seis cuotas del juicio. El techo completo de su casa nueva y el champagne de aquella noche la pagó la mafia del pueblo.
Mauricio Carlos Moday (Poeta – Narrador)
(City Bell, La Plata, Buenos Aires, Argentina)
