Reptan por las paredes…, sí, reptan…

Sombras blancas que anidan entre los azulejos y el cemento… Yo las vi… Las vi ocultarse detrás del espejo para espiar mejor cada uno de nuestros movimientos…, pero nadie me cree…

¡Dicen que alucino! ¡Mentira! Sé perfectamente diferenciar entre una alucinación y sombras blancas empotradas en la pared…

¡Ya probaron con antidepresivos y antipsicóticos!

¡No me creen!

Sé que con mi aspecto apenas si puedo dar lástima, bajo ningún punto de vista puedo infundir credibilidad… ¡¿Quién le creería a una loca?!

Pero yo las veo, día y noche… ¡vigilando!, midiendo cada uno de nuestros actos por insignificantes que sean…

Un nuevo título engrosó mi historia clínica: “Esquizofrénica”; al pie una nota aclaratoria detalló mi condición “Marcado e in crescendo delirio persecutorio secundado por estados inconexos y períodos de alta agresividad”

No lo saben… No saben que escarbe con mis dedos el colchón e hice un pequeño orificio en donde escondo las pastillas… Ellos piensan que aún las tomo. Aprendí a engañar a las enfermeras que en su apuro se van antes de chequear que las haya tragado…

Ellos piensan que estoy “Estabilizándome”, que es un buen síntoma el que ahora me preocupe por mi aspecto personal, toman como una buena señal el que me pase horas frente al espejo peinándome o cepillándome los dientes, ¡me han traído hasta maquillaje!

No saben… ¡no saben nada!… ¡Yo soy ahora la que vigila! las observo, estudio sus movimientos… ¡ya logro anticipar sus gestos!

Cuando ataquen, voy a estar lista…, preparada… ¡Cada vez son más! Sombras blancas que se arrastran y trepan por las paredes… ¡Están! pero nadie me cree…

Cada vez que intento hablar del tema veo como el psiquiatra revolea los ojos y los pone en blanco…, me doy cuenta… ¡ellos no ven nada! ¡No pueden ver nada!

Recuerdo el día que junto al espejo enfrenté al médico con la sombra…, le dije: “¡¿Ve?, ahí está”, él con voz lacónica y resignada intentó explicarme que era mi propio reflejo, yo insistí, le pedí que viera bien. “Ella, la del espejo…, tiene los ojos verdes y los míos son azules, ¡azules doctor!…” Pero no me creyó.

Ahora no digo nada más, escribo…, escribo para que si alguien encuentra estos papeles cuando las sombras blancas nos invadan sepan ¡que yo si las vi! ¡que les avise!

Hace una semana descubrieron el escondite de mis pastillas…, cambiaron la medicación, ahora me inyectan… Me siento débil.

Hoy rompí el espejo…, ya no quiero vigilar más. Dije que fue un accidente, los médicos lo creyeron…, yo sé que estoy al borde de mis fuerzas, me estoy rindiendo…, no puedo pelear más…, no tengo fuerzas. Las sombras blancas están ganando…

No quieren traerme un nuevo espejo, dicen que no hay presupuesto…, cambiaron a los médicos, seguramente tampoco hay presupuesto para mantener el plantel de especialistas.

Ahora en el horario de consulta tengo que hablar con un muchachito rubio con tres pelos por barba…, me pregunto si estará recibido.

Me llama mucho la atención como me mira…, se queda siempre viendo mis ojos y esquiva la mirada cada vez que lo sorprendo. Eso me enoja, debiera al menos ser más discreto…, como las sombras…

La sesión de hoy fue la más aburrida, ya no tengo ganas de hablar… ¿para qué?

Pienso que el nuevo medicucho se cansó también de mi mutismo y por eso dio por terminada la sesión apenas pasados los diez primeros minutos.

Lo escuché decirle a la enfermera con tono familiar mientras me llevaba que disminuyera la dosis de la Zarca… No sé por qué me dijo así, pero estoy muy cansada como para preguntarle a la enfermera.

Últimamente me siento mejor…, no estoy tan cansada…, duermo más tranquila, aunque por las noches varias veces suelo despertarme con una fuerte opresión en el pecho, como si me empujaran desde adentro…, el doctor dice que ya va a pasar, que es normal…, pienso que la medicación debe estar funcionando, ya no veo más sombras blancas deslizándose por las paredes…, pero aún las siento vigilarme…

Pensé que me había librado de ellas…, pero no.., están ahí…, cambiaron la estrategia, como saben que no tengo espejo ahora me espían desde el reflejo de los vidrios o los vasos con agua…

Ya no estoy cansada, pero no quiero ir al consultorio de ese pelandrún que dice ser médico…

No me gusta cómo me mira…, me pregunto si las sombras blancas no estarán ahora controlándome desde sus ojos…

¡Lo sabía! ¡Lo sabía…, están ahí…, en sus ojos! ¡Ya no más! Las sombras blancas no van a controlarme más… ¡No más espejos, no más vidrios…, no más!…

Está llorando…, chilla como un cerdo en el matadero.

Vi la cara de horror de la enfermera cuando al entrar se encontró con el guardapolvo antes impoluto y el rostro del llorón bañados en sangre…

Escuché cuando gritando llamaba a los de seguridad…

Yo sé que nadie me cree, pero estaban ahí…, yo las vi…, vi a las sombras blancas asomarse en sus ojos, y en sus ojos, vi a las sombras blancas asomarse en mis propios ojos verdes…

Llegaron los de seguridad…, no los veo pero sé que tienen miedo por la forma en que me sujetan. Los oigo maldecir mientras la sangre tibia se escurre por la cavidad vacía de mis ojos…

Daniela Selene Lorenzini Sánchez
(Poeta y Narradora – Río Cuarto, Córdoba, Argentina)